Homenaje a Eggenery Venegas. Biblioteca Facultad de Derecho 20 de Febrero de 2014

El 20 de febrero de 2014, en la Biblioteca de la Facultad de Derecho, se realizó un homenaje póstumo a Eggenery Venegas Villegas.

Lo que reproducimos a continuación son las hermosas palabras expresadas por el Profesor don Francis Mora.

Buenos días

Estimada familia Vargas Venegas

Amigas, amigos todos de Egennery

Autoridades y funcionarios de la Facultad de Derecho:

 

Para mí es un honor pronunciar algunas breves palabras en memoria de la querida profesora de esta Facultad, Egennery Venegas Villegas.  Serán breves, en proporción inversa a la grandeza de alma de la persona a la que se refieren.  Serán breves, en homenaje a una persona que, como todos aquí sabemos, despreciaba la falsa retórica, la palabrería, y que gustaba de hablar —tanto en su vida personal, profesional y académica— con sus propios actos.  Sus actos claros, enérgicos, decididos. Me referiré a Egennery, primero, en el plano de su vida académica, pues fui su compañero de Cátedra por muchos años, y luego, en el plano de la amistad que tuve el honor de compartir con ella, amistad que ella generosamente me ofreció.

Comienzo por lo primero.  Estaba yo iniciando mis estudios universitarios de filosofía y derecho, y asistía a la primera lección del curso de Introducción a la Epistemología que impartía el profesor Dr. Roberto Murillo Zamora.  Al terminar la lección, como es costumbre, algunos estudiantes nos acercamos al ilustre profesor para tener un contacto más personal con él.  Cuando me llegó el turno, le comenté a don Roberto que, además de filosofía, estudiaba derecho.  No había terminado de decirlo cuando me preguntó, con aquella voz suave y cadenciosa que tenía: ¿Está matriculado con Egennery?

Esa fue la primera oportunidad en la que escuche ese nombre diferente, singular y tal vez único, como ciertamente singular y única era la persona que denominaba. Ignoraba yo en ese momento, la resonancia que iba a tener ese nombre en mi vida académica y personal. Ignoraba en ese momento la resonancia que ese nombre tenía en tantas personas, tan queridas y admiradas, que fui conociendo a lo largo de todos estos años en la Universidad.  A pesar de ello, no se me escapó en esa ocasión percibir el tono particular que empleó don Roberto cuando pronunció su nombre, ese tono que empleamos cuando nos referimos a alguien que queremos y apreciamos.  Esta experiencia se fue repitiendo en cuanto fui entrando en contacto con tantas personas que quisieron y apreciaron a Egennery.

Mi respuesta a don Roberto fue negativa. No había matriculado con Egennery Venegas, sino con su querido amigo —me atrevo a decir, su gran amigo— el profesor Ramón Madrigal Cuadra.  El tiempo me habría de demostrar la veracidad de esas percepciones. Efectivamente, tiempo después, al ingresar como profesor a la Cátedra de Sistemas de Investigación y Razonamiento Jurídico, pude tener vivencia y conocimiento directos de la persona que fue Egennery Venegas Villegas.

Egennery coordinaba la Cátedra de Sistemas con la precisión de un relojero suizo.  Ese proceder, sistemático y metódico, se reflejó a lo largo de toda su carrera universitaria, en todas las actividades y proyectos que ella emprendía, ya fuera coordinar una comisión, revisar una tesis, ejercer un cargo académico, dictar una lección o bien, ¡horror de horrores! efectuar un examen oral y hacer una observación crítica.  Yo, que me vanagloriaba de ser especialmente acucioso y duro en los exámenes orales, me quedaba frío, ¡helado! cuando Egennery hacia sus preguntas y observaciones cual si fuera una esfinge.

Había algo de pulidor de lentes en la forma en que Egennery hacía su trabajo.  No casualmente, Spinoza era uno de sus filósofos más estudiados y dilectos.  El Tratado de la Reforma del Entendimiento figuró, a sugerencia suya, durante muchos años, como lectura esencial en los programas del curso de Sistemas de Investigación y Razonamiento Jurídico.  Ese proceder, imbuido de orden y rigor, propiciaba entonces, en la Cátedra, un libre intercambio de ideas, conciliaba puntos de vista al parecer divergentes, y nos permitía precisamente tener eso que nos permite supuestamente tener un reloj bien sincronizado: tener  el tiempo y la oportunidad para cumplir con nuestras responsabilidades y dar, o tratar de dar, un curso exigente, a la altura de los ideales humanísticos y de excelencia de esta Universidad.

Tengo muchos años como asesor legal de esta Universidad, y me consta el desconocimiento que tienen muchos profesores de esta misma Facultad del ordenamiento jurídico universitario.  Por el contrario, en el caso de Egennery, siempre me asombró su profundo conocimiento del intrincado y a veces laberíntico funcionamiento de la Universidad.

El lente spinoziano de Egennery le daba el privilegio —pero también la pesada carga— de hacer visibles errores, debilidades, quimeras académicas asociadas a nuestra historia universitaria; pero también le hacía posible ver  caminos a seguir, alternativas a la vez posibles, pragmáticas, realistas y de altura.

Durante el tiempo en que Egennery coordinó el curso de Sistemas de Investigación y Razonamiento Jurídico, éste realmente funcionó como una cátedra articulada, que es el resultado de propiciar el diálogo, la discusión académica y el conocimiento recíproco entre los profesores.  Mucho de esto se ha perdido en la Facultad, pero siguiendo el ejemplo de Egennery, podría renacer.

Para todos aquí no es un secreto, y más bien es causa de una secreta y risueña maldad, saber la fama de profesora severa, dura e incluso hierática que tenia Egennery entre el estudiantado.  Se supone que en este tipo de actos uno tiene que decir algo gracioso, a pesar de que sea indiscreto o tal vez atrevido… y la verdad, lo voy a mencionar: me produce una perversa felicidad recordar que algunos estudiantes se refirieran a Egennery como la Margaret Thatcher de la Facultad de Derecho.  Sin embargo, el mensaje —tal vez subliminal— que infundía en los estudiantes, de puntualidad, orden, rigurosidad, trabajo y dedicación, no creo que sea del todo inútil para un futuro abogado.  Desde luego que no fue inútil para muchos abogados y estudiantes que pasaron por sus aulas, quienes me han testimoniado el valor y el provecho que obtuvieron de ser alumnos de ella.

Ahora lo más significativo: Egennery como amiga.

La primera persona que me hizo saber que tras esa imagen severa de Egennery se escondía un corazón sincero, amoroso,  prueba fehaciente de que la amistad verdadera existe, fue mi querida ex profesora y gran amiga aquí presente, Elizabeth Muñoz Barquero.

Para servirme otra vez de la filosofía como caja de herramientas —en este caso, paradójicamente, como herramienta para expresar un sentimiento— debo decir que Egennery en el plano de la amistad ponía en práctica la sentencia de Wittgenstein, del primer Wittgenstein (no del segundo, ni el tercero o el cuarto…) de que la ética no se expresa con palabras, se muestra.  Egennery, como he dicho, y como todos sabemos, detestaba la hueca palabrería, pero dio muestras en cada uno de nosotros de una amistad profunda, fuerte, verdadera. Para muchos Egennery fue la tabla segura, el árbol fuerte que nos dio apoyo en los momentos más difíciles de nuestras vidas.

Egennery tenía una memoria prodigiosa, una cuchara de oro que muchos aquí disfrutamos, y un humor muy personal… a veces cáustico.  Desde luego que con su partida perdemos gran parte de eso.  Pero como un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría es una meditación no sobre la muerte, sino sobre la vida, tenemos que decir… decimos, que estamos muy agradecidos y nos sentimos muy dichosos de haber conocido a esa gran mujer, a esa gran amiga, a esa gran señora, a esa gran universitaria que fue Egennery Venegas Villegas.

Muchas gracias.

 

Prof. Francis Mora
Cátedra de Filosofía del Derecho
Cátedra de Sistemas de Investigación y Razonamiento Jurídico
Asesor Legal de la UCR.
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