*Álvaro Zamora
Este martes 25 de febrero murió Mario Bunge, famoso erudito argentino radicado en Montreal, Canadá. Mi generación lo conoció por sus textos y en las lecciones de distinguidos profesores de la Universidad de Costa Rica, como Luis Camacho y Guillermo Coronado, o en diálogos con algunos camaradas de carrera, como Rodolfo Meoño y Agustín Fallas. Pasados muchos años, tuve la oportunidad de conocer al señor Bunge personalmente, durante su visita histórica al Instituto Tecnológico de Costa Rica. Creo que su partida reclama una amplia reflexión de nuestra parte. Mientras tanto, pido al lector que tome esta Perspectiva como un agradecimiento a dicho pensador.
Mario Bunge estudió física, pero sus mayores conquistas intelectuales, así como su fama, proceden de su labor filosófica. En 1957 fue nombrado Catedrático de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires; luego, en 1966, obtuvo la Cátedra Frothingham de Lógica y Metafísica de la Universidad de McGill. Fue distinguido con más de quince doctorados honoris causa y en 1982 se le otorgó el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. En el año 2009 recibió el prestigioso Guggenheim Fellowship y en 2014 el Premio Ludwig von Bertalanffy.
Mario Bunge vivió cien años. Su labor intelectual abarca campos diversos: desde la epistemología y la ontología de la ciencia y la tecnología, hasta la ideología y la moral, la economía, la relación mente-cerebro. Publicó muchos libros, inspiró a estudiantes de todo el continente, motivó investigaciones diversas, sugirió métodos de trabajo intelectual. Rechazó sistemática y enérgicamente cierta charlatenería intelectualoide que a veces se ejercita en predios universitarios, pseudocientíficos y políticos. Aventuró desprecio por la metafísica de Hegel, por el fenomenismo y la fenomenología, por el psicoanálisis.
Según Bunge la denominación de método científico solo ha de darse a los procedimientos de las ciencias fácticas o empíricas. Acorde con los tiempos e influenciado parcialmente por el positivismo lógico (al que también opuso algunas objeciones), no pensaba en dicho método cual receta indubitable, sino como una sucesión rigurosa, que va desde la formulación de sistemas hipotéticos hasta su constatación estricta con datos empíricos. Consecuentemente, su propuesta filosófica es cientificista.
Bunge resemantizó la expresión herbartiana de filosofía exacta para designar su propio pensamiento. Su idea reguladora era la de combinar instrumentos lógicos y matemáticos a fin de lograr una filosofía precisa, mas no en los términos formalistas del positivismo lógico pues, según pensaba, la exactitud no garantiza la certidumbre. Opuesto a todo idealismo, él intentó, en cada paso, asegurar un referente real y empírico.
Paradójicamente, Mario Bunge también ejercitó una imaginación enorme (a veces altiva) para inventar múltiples razones contra la imaginación filosófica. Con diversos recursos contemporáneos intentó llevar a consecuencia final una línea de pensamiento positivo de larga data. Quería expulsar de la filosofía todo lo imponderable, lo irracional, lo que elude las categorías racionales y el orden, lo inconsciente tanto como el inconsciente. Su trabajo fue inmenso, coherente, implacable.
Hoy pienso que si la vida fuera como Bunge parece haber pretendido, carecería de sentido nuestra vocación filosófica por el arte y la gastronomía, por la voz ajena, la acupuntura y otro cúmulo de realidades de las que espero él haya podido gozar, pese a todo. Quiero pensar que supo disfrutar de las cosas bellas y sabrosas y que, al hacerlo, una voz inconsciente y traicionera murmuraba en su interior que tal placer trascendía, cual conciencia, las reacciones químicas que ocurrían en su cerebro.
Pero, conste, estoy convencido de que le debemos bastante. Yo tuve que dedicar mucho tiempo a estudiar su obra. Es seductora, interesantísima, brillante y muy compleja; es tan esencial respecto a nuestra profesión como la cáscara es a la naranja.
Mis respetos al filósofo y su legado.